sábado, 9 de abril de 2011
Soy feliz y el ser feliz, el niño que llevamos y la despedida de los amores
Hoy en día, atreverse a decir soy feliz es casi un acto de prepotencia, de soberbia inaudita. Vemos con recelo a quien dice soy feliz porque parece el preámbulo a una no deseada conferencia sobre algún nuevo culto espiritualista o una nueva religión que pretende mostrarnos el verdadero camino.
Estoy en la recta de cumplir cuarentaicuatro años. Tal vez mi crisis de los cuarenta vino cuando una relación que yo pensaba era la que por fin me haría sentar cabeza no resultó. En todo nos llevábamos bien, reíamos mucho, sus hijas me querian, yo las quería, pero la química no estaba ahí, no había ese fuego. Fue algo no muy grato. Por semanas pensé que había entrado en el no muy orgulloso club de los que ya no tienen esa misma energía que te hace sentirte menos hombre. Sí, con todo y que sean cosas culturales, así nos sentimos y ni modo. Influyó también la influenza y un calor de los mil demonios que no me permitía sentirme agusto.
Luego vino una relación que durante años yo creí que sería LA relación. También, aquella que me haría un padre de familia como cualquier otro. Dejaría de salir con mujeres de aquí y de acullá y sería el hombre maduro que invariablemente todos esperan. La chica rondaba los veintes, tenía un segundo hijo de brazos. Ella había dicho que era de su segunda pareja, pero un día cayó en contradicciones y resulta que era del mismo hombre del que ella había huido intempestivamente. Había violencia verbal y sospecho que física. Yo, el rescatador, pensé que por ahí era el camino. No lo fue. Me di cuenta de que ella no me quería a mí sino ese mito de la "seguridad", de tener a alguien que la amara y la mantuviera o le ayudara "a sacar adelante a sus hijos". Un día se le salió decir que ella haría todo por sus hijos. Luego comprendí hasta donde podía llegar. Y es aquí donde muchas mujeres se equivocan cuando creen que un hombre que las quiere o que incluso las podría amar estará obnubilado por siempre. Un día asoma la verdad. Cuando decidí romper esa relación ella rompió en agresiones inimaginables. Jamás pensé que esa niña tuviese esos alcances. Había fallado su plan. Yo no tengo duda de que tendrá incluso otro niño del mismo padre.
En mis adentros le desee felicidad y paz. Ella presumía de ser espiritual y profunda, pero en realidad anidaba en ella un rencor callado. He temido que pueda provocarle un cáncer con el tiempo.
Luego de esos pasajes no muy lindos he conocido mujeres maravillosas, extrañas, únicas, hermosas y, gracias al cielo, la energía volvió, el poder, la fuerza, bueno, que esta es una de las razones más elementales pero muy ciertas para sentirse feliz.
Pasan los años y esa leyenda de "las 3 grandes", esa que cuenta que en tu vida tendrás tres únicos y grandes amores, no ha cambiado mucho. Estoy seguro hasta hoy que tengo dos que jamás se han movido. La tercera es elusiva, aparece en el rostro de una nueva relación, desaparece y reaparece según el corazón y los tiempos.
¿Y por qué al decir que uno es feliz surgen los amores, los tormentosos y los correspondidos? Porque lo último que uno recordará al pie de la tumba será el amor.
Será esa mujer que amaste con locura, será aquella otra que en unas horas, tan solo unas horas adoraste.
También, yo creo, y guardando las distancias justas, creo que uno recordará a una mascota, el perro que siempre estuvo allí. Probablemente después a los padres o los abuelos.
Se dice también de cajón, "tú sé tú mismo y a quien le parezca bien y si no también" No estoy de acuerdo. En primera, ¿cuándo realmente sabemos que somos nosotros mismos? Toda nuestra existencia está regida por esa constante mar de encontrarnos entre el ser, el estar, siendo uno mismo y extraviado de uno mismo. Y eso de que si a los demás les parece no me parece. Venimos a aprender. No únicamente instruirnos académicamente, venimos a aprender a vivir y finalmente a saber quiénes somos. Es cierto que no debemos dejarnos influenciar por lo que los demás juzguen. Es cierto que debemos seguir nuestro propio impulso, pero precisamente las experiencias que nos otorga el contacto con los otros es lo que nos hace crecer.
Hablar de si uno es feliz también es como ponerse la soga al cuello porque el día en que te sientes mal y despotricas al mundo, todos te preguntan con ironía: ¿no que eras feliz?
Tal parece que nos da gusto que el otro ya no sea feliz. De un matrimonio, internamente esperamos (si no es que deseamos) que fracase, "ya ves, qué te dije". De un amor vivido por esa otra pareja nos resentimos, de inmediato elaboramos conclusiones negativas. Ella es esto, él es menos que ella, etc.
Yo digo hoy que soy feliz porque en estas semanas me enfrenté a un par de golpes, de esos que te arrojan a los fiordos rocosos y que en otro tiempo no hubiera podido librar. Soy feliz porque volvieron esas pruebas y por fin las pasé.
Ahorita puedo decir que soy feliz porque estoy en paz conmigo mismo.
Hace poco, rarísimo en mí, rompí en cólera cuando una persona que yo quiero mucho, me mostró su lado más pasivo y triste: el no querer esforzarse en ser libre ni crecer. Al regañarla me regañé a mí mismo. Me despedí de ella. Ella jamás intentó detenerme ni decir nada. Supongo que ahora me odia. Me alejé y por días sentí como si algo hubiese muerto algo dentro de mí. Porque vislumbro su futuro y a mí no me gusta. Y porque me di cuenta de que mucho de lo que le dije a ella me lo puedo repetir a mí mismo. Fue una persona maravillosa en mi vida.
Por supuesto que he librado muchas cosas, y que jamás me rendiré por lo que yo quiero lograr. Mi madre me dijo siempre, "Hijo, tú no puedes culpar a nadie, ni siquiera al destino, porque siempre has hecho lo que has querido." Y es así. Y puede ser terrible esa conclusión, no tener a quien culpar. Pero también es el signo más maravilloso de la libertad: aprendí a hacerme cargo de mí, de mis acciones y sentimientos.
Creo que ser feliz también es no culpar a nadie por lo que nos pasa. Si alguien no nos correspondió pues ahí está la respuesta. El amor no se ruega. Aunque uno no lo entienda. Aunque yo no lo haya entendido por años. Pero un día despiertas. Tal vez porque tenías que vivir eso. Cada quien tiene que vivir lo que tiene que vivir.
Soy feliz porque cada vez siento que me parezco más a ese ser que soñé ser un día, hace mucho tiempo.
El niño sigue ahí, latiendo latente dentro de mí. Ni me abandona ni lo he abandonado.
Por supuesto que me importa muy poco lo que piense ya el mundo de mí. Y también tengo el raro privilegio de que un puñado piense cosas hermosas de mí que jamás podría yo corresponder. Lo agradezco mucho.
Ser feliz es dejar ser.
Ya no quiero ser maestro. No tengo ya nada que enseñar. Vuelvo al punto de aprendizaje. Y desde este momento decreto: deja ser, deja ser, deja ser.
De adolescente no creía en nada, vivía triste, con una amargura inactiva, cómoda. Ya mayor me sucedieron cosas que puedo afirmar me mostraron algo que podría llamarse lo divino. No vi ni creo en el dios de barbas, ni que me iré al cielo y veré a mis parientes (ni dios lo quiera). No creo: estoy seguro de que todos tenemos ese ser divino que corresponde a nosotros mismos. Estoy seguro de que trascendemos de una manera u otra. De cualquier forma, he visto a la gente que se va sin la esperanza de un ser divino que los recogerá en paz; es triste y terrible. Y he visto la paz con la que se van aquellos que se entregan total y dócilmente a la voluntad de su dios. Así sea.
He logrado cosas importantes para mí. Aun me faltan muchas cosas que lograr. Sigo escalando esa montaña gigantesca. Elegí una meta muy muy alta. Y eso me motiva más.
No tengo nada de qué presumir, no tengo nada por qué ser soberbio, ni quiero.
Reconozco que hay en este mundo un par de personas que no quiero ver ni en pintura. Personas que me engañaron, personas que exterminaron una amistad debido a sus lenguas de serpientes. Pero ni les hago daño y me he alejado de ellos. Hace poco vi a uno de esos rondar las calles por donde yo trabajo...fue como toparte con un mojón de mierda. Nada más.
Soy feliz porque no quiero engañarme. Porque siempre llega un momento en el que me doy cuenta de que me me estoy haciendo tonto. Y me despierto y comienzo de nuevo.
Cuando faltan retos entonces uno se siente viejo. Cuando ya no hay nada que aprender entonces uno se vuelve viejo. Irse acomodando a la realidad e ir trayendo algún nuevo sueño, es lo que da vida.
Soy feliz porque puedo decir con toda honestidad de que, sí, me falta tal vez la meta más grande, pero que no he desistido ni desistiré, y que si muriese hoy, moriría en paz. Porque estoy en paz con todos ustedes.
Les declaro libres de mí, y si en algo les ofendí, les ofrezco una disculpa. Quien me haya conocido un poco sabrá que lo hice por amor. Que cada cosa que dije e hice fue por amor.
No soy un cabrón, pero ya no soy un pendejo. No soy tan noble pero no le haría daño a nadie a propósito. Soy incapaz de robar y he logrado mitigar un poco esa sinceridad canceriana que a veces cae de la patada, como si uno fuese el sabelotodo que, por supuesto, no es.
Solo soy un hombre común y corriente a quien le gusta errar (vagar, divagar, experimentar, conocer, probar)
Vamos por nuevas cosas, nuevas experiencias...a ver qué otras cosas me ayudas a descubrir de mí, tú, a quien aun no conozco en persona.
(siguiente capítulo)
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