La buena mujer se propuso ayudar a su querido amigo con todo lo que estuviese en su mano. Comidas y cenas deliciosas donde el vino corría. El amigo se sentía como un perro agradecido, no sabía como corresponder a tanta atención desinteresada.
La amiga, la buena mujer, lanzaba loas a toda cuanta gracia saliera del amigo, le llamaba artista, poeta, genio. Pero cuando se trataba de ayudarle a buscar su independencia, la buena mujer guardaba silencio y cambiaba el tema. Le consentía con sus guisos preferidos, sus postres adorados. Le invitaba a eventos caros, le exhortaba a que siempre acudiera a su casa. Le repetía, a veces con un dejo de irritación, que su casa era suya.
Así pasaron los meses, las deferencias de aquella buena mujer aumentaban en intensidad y la incomodidad del amigo, quien no podía ni sabía como pagarle tanta atención, también.
Un día de tantos, no podría decirse que fulgurante pues el amigo había sostenido una riña absurda y aparatosa con sus familares y había salido intempestivamente de su casa, se encontró con un ángel hermoso (al parecer, todos los ángeles son hermosos, pero este le pareció el más), era una niña diosa, era un ser venido de otro lugar, lejano, lejano, que nada tenía que ver con las trivialidades en las que se debaten los seres humanos en la Tierra. Se enamoró de inmediato. Supo que a ella la había visto ya en sus más caros sueños y en una visión irrevocable. Decidieron amarse.
Cuando el amigo, envuelto en alegría súbita y casi infantil, le contó a su querida amiga que el amor había llegado a su puerta, esta montó en cólera, sus ojos se incendiaron, lanzó trastos y utencilios, “¿por qué no me dijiste?” El amigo le reiteró que había sido algo imprevisto, como se dice es el amor, que por ello se lo comunicaba, pero que le extrañaba su conducta desatada. Ella no lo soportó, lo invitó a largarse de su casa, le dijo cosas que en nada ayudan apuntar aquí. Ella se quedó con el llanto contenido y el odio embadurnado en todas las paredes de su casa, pensó en lo malagradecida que es la gente, pensó en la pobre humanidad que no valora nada, recordó que si su antigua pareja sí había caído a sus encantos, a sus regalos, el que este no lo hiciese era un gesto de clara grosería y altanería, pues quién se creía ese tipejo.
De él no volvió a saber nada. Ella continuó amarrando su pasión obsesiva a través de los días, buscando entender por qué él jamás la quiso como ella a él.
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típico... el ser humano sólo busca perseguir, no lo que le persigue jajaja
ResponderEliminarmás bien no entendemos bien que no siempre a quien queremos nos puede querer...
saludos!!
Sí, es una cruda verdad, me parece que a todos en algún momento nos ha pasado, es duro, pero así es.
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