miércoles, 30 de junio de 2010
el café orgánico de David Lynch
Este día de mi cumpleaños no dormí mucho y cuando pude conciliar el sueño tembló. Fue un movimiento oscilatorio.
No dormí mucho porque estoy emprendiendo tanto la corrección de la nueva novela como componiendo otra. El proceso de relectura, revisión y corrección es a veces más largo que el de la composición misma. En momentos uno quisiera ser otro, clonarse, para que él, con todo el conocimiento de la estructura y ritmo de lo escrito pueda enfrentarse de nuevo a la página, pelear contra las palabras que no fueron las precisas (o las más cercanas a ello), los párrafos que pueden tener mejor cadencia y no pocas veces, finales que no son y que exigen ser cambiados.
El libro que me gusta desde su forma: su pasta, la textura y brillantez de las páginas, la tipografía. El libro es bello desde su forma.
El libro que me está dando mucho que pensar, el libro ipad, el libro para el kindle, ese libro hermano chiquito, aún ninguneado, pero que obtendrá su justo lugar entra las posibilidades artísticas que nos ofrece la tecnología.
Pensando en todo ello y más cosas (temas, tramas, tiempos) tomo café en mi Starbucks favorito, los amigos que laboran aquí me halagan con un obsequio y con abrazos y sonrisas. Y tomando un café de origen africano,fuerte como me gusta, no veo el momento en el que pueda degustar el café de Lynch.
Como él mismo (magistralmente, claro) lo plasma en los anuncios de televisión uno se imagina ¿de qué manera me prendería ese café? ¿qué palabras saldrían? ¿qué historias frenéticas con ese café? Lynch. Un café que no te va a calmar, un café que te atiza.
El café, amante de las letras, juntas hacen cosas increíbles. Y aunque surjan historias qué contar, hay otras que prefiern callar porque guardar los secretos más oscuros (carnales) podría dar ideas...
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